15 de mayo de 2008
Hasta hace unos días, era una anciana de 98 años que residía en un asilo del centro de Varsovia, en una habitación donde nunca faltaban ramos de flores y tarjetas de agradecimiento procedentes del mundo entero. ¿El motivo causante de esas flores y tarjetas? Salvó a 2500 niños del Holocausto nazi, teniendo que sufrir, por ello, hasta las más crueles torturas. En sus últimos años tenía que vivir atada a una silla de ruedas por las secuelas de dichas torturas. No se consideraba una heroína. Nunca se adjudicó crédito alguno por sus acciones. “Podría haber hecho más”, decía siempre que se le preguntaba sobre el tema. “Este lamento me seguirá hasta el día que muera”. Para leer una crónica de su vida y de su heroicidad, pincha aquí. Disfruta y aprende de su ejemplo de vida entregada sin esperar nada a cambio.
Aquí tienes, además, un pequeño montaje audiovisual sobre su vida y su labor callada.
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